Durante décadas hemos buscado, con mayor o menor éxito, aquellas palabras que mejor cuenten nuestra historia. Porque a veces de eso trata lo nuestro, una afanosa búsqueda de las preciosas palabras que nos permitan contarnos...
Armando Discépolo fue, a nuestro humilde entender, un extraordinario encontrador de palabras. Con formación musical y literaria, y un exquisito sentido del arte dramático, Don Armando, aún sufriendo la resistencia de sus contemporáneos, logró inscribir sus textos en lo más calificado de la dramaturgia Argentina...
Cuando promediaba la década del 80, fuimos sacudidos por la síntesis que Raúl Serrano le ponía a la teoría teatral. El epígrafe de uno de sus capítulos mas iluminados citaba a Pablo Picasso en una de sus ingeniosas frases: “...yo no busco, encuentro...”
Nacimos al teatro disfrutando de Discépolo... Leíamos a Serrano y nos maravillábamos con la sabiduría de Picasso... y aún así buscábamos las mágicas palabras...
La década infame dejó su huella artística, y los Discépolo pusieron en palabras la hondura, la magnitud de sus estragos... Stéfano es el clásico argentino por naturaleza: en sus geniales palabras habita la argentinidad, o al menos una argentinidad muy cara para nosotros...
Tal vez la ceguera de los años escasos, o el exceso de respeto por nuestros maestros, o vaya a saber que distracciones… el caso es que el Stéfano era nuestra obra de cabecera para enseñar teatro, la fuente de nuestras frases más sabrosas, el misterio de un teatro argentino acaso extraviado tras sus memorables jornadas, pero nunca la obra a interpretar...
Tuvimos nuestra década, y nuestro cambalache... Aquellas palabras se hicieron más presente aún... Discépolo hablaba en muchas voces insólitas... se nos hizo aquí y ahora en un tema de la Bersuit sobre el cacerolazo... es una interpretación, nada más y nada menos que eso... al fin y al cabo es nuestro estilo, interpretar...
Entonces encontramos al Stéfano... Para hablar de nosotros mismos hoy, de nuestros miedos, de nuestros fracasos, de nuestros amores, de nuestra esperanza, y por sobre todo de nuestro país. Encontramos a Stéfano, y a ese Discépolo que hace más de 50 años se empeñaba en hablar de nosotros...
A modo de homenaje a su talento y su tozudez, a la porfía de nuestros mejores maestros, a la nobleza de aquel teatro de Rosario que inscribió su estilo de hacer propias las palabras más célebres; presentamos nuestro Stéfano, una versión en la que hemos intentado apropiarnos de estas palabras encontradas:
Singular, por eso hemos desechado el lenguaje de los inmigrantes, nos empapamos de Bersuit y no del tango de entonces, por apostar a lo propio...
Muy singular, por eso es un acto único, con apenas un marco espacial y unos pocos objetos de la madera del teatro de siempre...
Excesivamente singular, por eso en la piel de Esteban se conjugan los hijos de la versión original. Hemos preferido encontrar un Esteban a nuestra medida, aunque tengamos que lamentar la pérdida de la Ñeca y del Radamés...
Peligrosamente singular, por eso apostamos a una María Rosa que encarne una madre más contemporánea y menos “cultural”… En la carnadura de esa madre y en la pérdida de Don Alfonso, se inscribe cierta intención de no especular...
Este es nuestro Stéfano, despojado y próximo; el que hemos encontrado... ojalá que encuentren en él, como nosotros, a Don Armando hablando de lo que mas le gustaba... el maravilloso e irrepetible universo de sus semejantes...
Armando Discépolo fue, a nuestro humilde entender, un extraordinario encontrador de palabras. Con formación musical y literaria, y un exquisito sentido del arte dramático, Don Armando, aún sufriendo la resistencia de sus contemporáneos, logró inscribir sus textos en lo más calificado de la dramaturgia Argentina...
Cuando promediaba la década del 80, fuimos sacudidos por la síntesis que Raúl Serrano le ponía a la teoría teatral. El epígrafe de uno de sus capítulos mas iluminados citaba a Pablo Picasso en una de sus ingeniosas frases: “...yo no busco, encuentro...”
Nacimos al teatro disfrutando de Discépolo... Leíamos a Serrano y nos maravillábamos con la sabiduría de Picasso... y aún así buscábamos las mágicas palabras...
La década infame dejó su huella artística, y los Discépolo pusieron en palabras la hondura, la magnitud de sus estragos... Stéfano es el clásico argentino por naturaleza: en sus geniales palabras habita la argentinidad, o al menos una argentinidad muy cara para nosotros...
Tal vez la ceguera de los años escasos, o el exceso de respeto por nuestros maestros, o vaya a saber que distracciones… el caso es que el Stéfano era nuestra obra de cabecera para enseñar teatro, la fuente de nuestras frases más sabrosas, el misterio de un teatro argentino acaso extraviado tras sus memorables jornadas, pero nunca la obra a interpretar...
Tuvimos nuestra década, y nuestro cambalache... Aquellas palabras se hicieron más presente aún... Discépolo hablaba en muchas voces insólitas... se nos hizo aquí y ahora en un tema de la Bersuit sobre el cacerolazo... es una interpretación, nada más y nada menos que eso... al fin y al cabo es nuestro estilo, interpretar...
Entonces encontramos al Stéfano... Para hablar de nosotros mismos hoy, de nuestros miedos, de nuestros fracasos, de nuestros amores, de nuestra esperanza, y por sobre todo de nuestro país. Encontramos a Stéfano, y a ese Discépolo que hace más de 50 años se empeñaba en hablar de nosotros...
A modo de homenaje a su talento y su tozudez, a la porfía de nuestros mejores maestros, a la nobleza de aquel teatro de Rosario que inscribió su estilo de hacer propias las palabras más célebres; presentamos nuestro Stéfano, una versión en la que hemos intentado apropiarnos de estas palabras encontradas:
Singular, por eso hemos desechado el lenguaje de los inmigrantes, nos empapamos de Bersuit y no del tango de entonces, por apostar a lo propio...
Muy singular, por eso es un acto único, con apenas un marco espacial y unos pocos objetos de la madera del teatro de siempre...
Excesivamente singular, por eso en la piel de Esteban se conjugan los hijos de la versión original. Hemos preferido encontrar un Esteban a nuestra medida, aunque tengamos que lamentar la pérdida de la Ñeca y del Radamés...
Peligrosamente singular, por eso apostamos a una María Rosa que encarne una madre más contemporánea y menos “cultural”… En la carnadura de esa madre y en la pérdida de Don Alfonso, se inscribe cierta intención de no especular...
Este es nuestro Stéfano, despojado y próximo; el que hemos encontrado... ojalá que encuentren en él, como nosotros, a Don Armando hablando de lo que mas le gustaba... el maravilloso e irrepetible universo de sus semejantes...
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